viernes, 25 de julio de 2008

Pico de los Monjes

El Pic des Moines, como lo refieren los franceses en cuyo territorio se encuentra, es una bonita montaña; tal vez una de las más hermosas para iniciarse en la aventura de conocer y amar los Pirineos. Sobre todo, si su ascensión se plantea desde Bious-Artigues, en la vertiente francesa, entonces resulta excepcional.

Ibón del Escalar a la ida
con las nieblas disipándose

Pero esta vez, como en la primera ocasión que decidí visitarlo hace ya muchos años, partiré desde la estación de esquí de Astún, lugar horrible como pocos, enclavado en un marco de rotunda belleza. Muchas cosas han cambiado desde mi primera visita. Hoy será para mí una excursión breve, rápida. No llevaré aquellas antiguas y pesadas botas de montaña sino unas ligeras zapatillas de carrera. No comenzaré con las luces de la mañana sino a media tarde, a eso de seis y pico, cuando el sol habita el último cuadrante de su andadura cotidiana. Soy consciente de que no invertiré aquellas dos horas y media de los inicios sino que me bastará con menos de hora y media de marcha. Cargaré, eso sí, con los inevitables bártulos de la fotografía y con la fiebre en las venas de aprovechar las últimas luces del día.

En el collado de los Monjes el paisaje se muestra espectacular

Desde Astún, en la parte alta de la estación y junto a los remontes que acercan al lago de las Truchas (alternativa para los menos dados a la marcha que puede dejar cómodamente accesible al menos una parte del recorrido) es fácil encontrar la senda que conduce hacia el ibón del Escalar y el collado y pico de los Monjes. No hay indicadores pero la senda es evidente y puede recorrerse alternativamente por una pista próxima que remonta la pendiente con mayor rodeo y suavidad. De seguir la pista, a los pocos minutos, prestar atención en una curva a derecha muy marcada, donde sale la senda que ya no abandonaremos hasta el lago.

Aproximación con teleobjetivo al Midi d'Ossau

No obstante, buscaré esta vez una subida más abrupta por la ladera que, en sentido de ascensión, queda a nuestra derecha, para ganar un laguito casi desconocido muy próximo a ibón del Escalar y a la pista que viene del ibón de las Truchas. Suelo optar por este recorrido pues el pequeño lago en cuestión nos regala una singular panorámica del Aspe y Lecherines, con bellos reflejos en su superficie si el tiempo lo tiene a bien. Hoy no hay suerte pues nos movemos entre espesa niebla en esta parte de la excursión. Siguiendo la pista aledaña, llegamos sobre el ibón del Escalar en pocos minutos.

Collarada, sobre el valle del río Aragón

De la cubeta del lago asciende un camino muy marcado hacia el Col des Moines. Allí, nos hallamos en la muga fronteriza, encontraremos el cartel indicador que confirma el bien cuidado itinerario francés.

Detalle de los abismos del Midi d'Ossau

El tiempo hace dudar pero la atractiva vereda que serpentea hacia el pico y la proximidad de la cima resultan atractivos demasiado poderosos. Después de unos giros y con la suavidad de una senda trazada con gran cariño, nos encontramos al pie del último tramo de la montaña. El aspecto de la ruta se nos antoja un poquillo más escarpado pero su tránsito no presenta ninguna dificultad reseñable. Tan solo apoyar las manos en algún resalte de la cresta por donde progresamos con comodidad y sencillez, en un marco paisajístico de espectacular atractivo.

La amable senda desde el collado invita
a la ascensión al cercano Pic des Moines


Ningún tramo de cresta está absolutamente exento de riesgo y a pesar de su sencillez tampoco aquí debemos ignorar las básicas precauciones que nos protejan de los despistes. No estará de más prestar atención a una eventual caída de piedras, sobre todo si tenemos otras personas sobre nosotros, cosa muy habitual en verano cuando nos acercamos por aquí en horas menos intempestivas.

Pirineos occidentales desde la cima

La vista desde la cima recompensa sobradamente nuestro moderado esfuerzo. Más todavía si la fortuna nos regala un ambiente de luces y sombras tan espectacular como el que hoy disfrutamos. Solazarse aquí arriba, por encima de las nieblas que inundan el valle, a la hora en la que la caldeada luz del sol satura los colores de este húmedo verano, es un privilegio del que no siempre podemos disponer. Cierto que el lugar es excepcional y ahí se encuentra en todo momento, pero la climatología no siempre ayuda y la hora del día que elijamos para la visita también puede imponer serias restricciones estéticas.

La sombra del pico sobre el valle

Si nos recreamos demasiado en el atardecer, la niebla y la oscuridad nos amenazarán en la bajada pero el itinerario no tiene pérdida. Sólo habrá que prestar atención para encontrar el sendero, bien señalado por la huella del frecuente uso y los abundantes hitos, que desde la zona próxima al desagüe de la cubeta del ibón, cómodamente nos devolverá al lugar de partida.

La última furia del sol ilumina las nubes sobre el Aspe
(ibón del Escalar, a la vuelta)


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sábado, 5 de mayo de 2007



Quienes vivimos en la tranquila ciudad de Huesca (con cariño Huesqueta) conocemos de cerca la montaña. La sierra de Guara, auténtica antesala de las alturas pirenaicas, cierra el horizonte por el norte con personalidad propia. Nuestras cimas queridas como Gratal, Salto de Roldán, Pico del Águila, o el emblemático Tozal de Guara, mozarrón ya por encima de los dosmil metros, diseñan un paisaje entrañable, familiar y aunque nos privan de la belleza del cercano Pirineo, nos ofrecen a cambio esas breñas de incomparable hermosura.


El castillo de Montearagón por delante del tozal
de Guara, dos símbolos inequívocos del paisaje oscense.

Muchos oscenses nos sentimos holgadamente complacidos cuando caminamos por la sierra. Recorrer sus sendas ancestrales, solazarse en la frescura de sus bosques, encontrar las recónditas ermitas que se esconden en los repliegues de su orografía, escalar sus crestas o descender sus populares cañones son, entre otros, placeres reservados a quienes amamos la sierra. Sufrir el fragor de sus solanas, sentir la piel lacerada por la abundante vegetación, llorar el abandano de algunos de sus pueblos y vallejos forma parte del precio que debemos pagar por disfrutar en la intimidad de su belleza.


El Pirineo desde la sierra. Todavía lejano mas ya magnífico.

En incontables ocasiones atravesaremos estas sierras exteriores para acercarnos al Pirineo. En cuanto ganamos las alturas del Monrepós y si el tiempo lo permite, los montes Pirineos se presentan ante nosotros. Y lo hacen de una manera espectacular, tajante, sin fisuras. La vista desde los altos parajes del puerto resulta magnífica. Allí percibimos claramente que nos encontramos ante la montaña de verdad, la montaña con mayúsculas... la Alta Montaña Pirenaica. Allí soñamos, hace tiempo, con los valles y las cimas, con el fragor de los ríos y la bravura de sus truchas, con el espesor de los bosques y la infinita frescura de los pastos, con el color de sus flores pintorescas, con el fragante aroma de los henos, con el vuelo rapaz de las aves que las moran, con la fría textura de esos hielos que creíamos eternos... Y en ese sueño muchos nos prometimos que algún día, acaso ya mayores, todas esas puntas aun lejanas nos serían conocidas, pues como parte misma del paisaje íbamos a integrarnos en ellas; más familiares, pues recorreríamos todas sus veredas, todas sus pendientes, sus canales y sus crestas; nunca más queridas pues no se puede ir más allá del absoluto amor que por ellas profesamos.